22 de noviembre de 2017

Suecia

Cómo explicar a los demás por qué no me voy si no sé ni explicármelo a mí misma.

Por qué no me voy. Si estuve tan bien allí, por qué no me voy. 

No me voy porque hay algo que me ata aquí y, sí, tengo miedo a perderlo. No, no me ata: he sido yo quien, poco a poco y casi sin darme cuenta, me he ido agarrando. Puedo soltarme, pero no quiero, porque hace que estar aquí sea casi mejor que en cualquier otra parte. 

Quizá esté equivocada pero no estoy preparada para saberlo. Aún no. 

No me voy porque no sé a qué me iría.

No me voy porque ahora he aprendido que de lo que quiero huir no puedo escapar. Que me perseguiría, que me puede atrapar aquí o allí o en otro lugar. 

No me voy porque tengo miedo de que me atrape estando sola. 

No me voy porque tengo miedo. Me quedo, pero tengo miedo de quedarme. 

5 de mayo de 2017

La vieja eterna estafa

Escribo sobre todo por las noches, como ahora, a las cuatro de la mañana porque no puedo dormir. El sitio y la forma me dan igual: hoy he pasado del ordenador a un papel en sucio en mi mesa, y luego a otro en la cama, apoyándome sobre la tapa dura de la poesía completa de Idea Vilariño que acabo de terminar. Por el día, a veces, me da por escribir en el metro, pero no en los autobuses porque me mareo. Tengo miles de cuadernos que nunca acabo de llenar y que voy dejando perdidos por mi casa, pero que, por supuesto, jamás encuentro cuando necesito uno. Me gusta que sean rayados, porque me tuerzo al escribir y cuando me tuerzo mucho no lo aguanto y tengo que arrancar la hoja y volver a empezar. Esto se lo conté una vez a Rodrigo, estando en una papelería, justo dos días antes de que, por mi cumpleaños y pidiéndome perdón porque no sabía nada de mi manía hasta ese momento, me regaló un cuaderno precioso y sin líneas que me había comprado en París. Le alegrará saber que, a pesar de eso y al contrario que mis cuadernos con líneas, este aún no lo he perdido. Tampoco lo he estrenado, más que para poner mi nombre en la primera página, lo que hago siempre, pero que hoy, ahora mismo, podría escribir, por ejemplo, que una vez vi el atardecer a las 11:35 de la mañana cruzando la frontera entre Finlandia y Noruega, pero que no soy capaz de recordar el frío que se siente allí, a -20º, lo más al norte que he estado. O podría escribir de la soledad y la blancura de las calles de Múnich el día de Navidad muy temprano, que me hacían pensar en las épocas de no sentir nada, ni bueno ni malo, en el vacío y en el agujero en el pecho. O de Martta, la niña finlandesa de tres años que me hablaba durante horas en su idioma inventado y me guiaba como una experta pr el bosque mientras recogíamos arándanos (ella recogiéndolos en su estómago). O de mi dolor de espalda, consecuencia de no haber hecho caso a aquel insoportable traumatólogo que con 10 u 11 años me mandó llevar un corsé veintitrés horas al día, y que yo elegí llevar sólo para dormir. Excepto, curiosamente, la vez aquella en que un conductor decidió salir de un garaje mirando hacia atrás en vez de a la calle por la que yo pasaba, chocando así contra mí o, más bien, contra el duro y grueso corsé. O escribir que me ha hecho gracia, hace un rato, girarme a la izquierda de la cama, su lado, y leer el poema que dice:
Como el que desvelado
a eso de las cuatro
mira con ojos tristes
a su amante que duerme
descifrando la vieja eterna estafa.
Pero a todo eso ya no da tiempo, porque pronto van a ser las 6 y sonará el despertador de un vecino, el que nunca lo apaga, y Rodrigo se dará la vuelta, todavía medio dormido, y dirá «puto despertador», y yo le contestaré «ya ves», aunque, total, a mí no me importe tanto. 


Texto escrito para el curso de relato breve de Hotel Kafka, impartido por Eloy Tizón.

Quién quiere ser madre


Se me hace raro estar leyendo Quién quiere ser madre a punto de empezar mi próxima regla. Se me hace raro estar leyendo eso de una abundante expulsión de flujo denso y blanco que anuncia la llegada en cuestión de días, algo de lo que yo no tenía ni idea, al mismo tiempo que lo noto en mi misma. Claro que mis circunstancias son muy distintas a las de la novela, porque yo sí espero que me baje la regla. No «espero» de tener esperanza, porque soy muy consciente de que va a venir y no tengo miedo de su falta, me tomo cada día religiosamente la píldora y en mi interior hay una cierta vocecilla que me dice que yo no voy a poder quedarme embarazada nunca. Pero de esto ya hablaré más tarde, o no. 

El caso es que este libro ha vuelto a despertar en mí el deseo de ser madre. No es que estuviera muy dormido, pero de vez en cuando se pasa una temporada hibernando. Aunque yo sé que siempre está ahí, ahora lo noto más latente. Me ha despertado también la conciencia sobre la completa desinformación acerca del embarazo, tanto a nivel biológico como acerca del suplicio que pasan algunas personas para llegar a él. Claro que yo el suplicio, como siempre me pasa con el dolor, lo suelo tener más presente. Y, por último, me ha despertado los miedos. Que también sé que estaban ahí, como el deseo de ser madre, pero estos sí suelo tenerlos más escondidos. Total, todavía es muy pronto y no quiero tener hijos ya, así que dejaré que mi yo del futuro se preocupe por ellos. 

Pero, ¿y si me pasa eso? ¿Y si me veo incapacitada para tener hijos hasta que ya es demasiado tarde? ¿Y si aunque lo intente antes de eso no lo consigo? Estar soltera no me preocupa, porque hace ya tiempo que decidí tenerlos sola, pero ¿y si paso años y años de relación con alguien que, al final, no quiere tener hijos, como yo creía que acabaría ocurriendo? Esta última posibilidad es la que más me asusta, ahora que me he acostumbrado a la vida en pareja, pero luego pienso en cómo, en mis peores épocas de depresión y de soledad, el deseo de un hijo también era más fuerte que nunca. Pensaba que nada me reconfortaría más que eso, llevar un ser dentro de mí (¡eso significaría no estar sola en ningún momento de nueve meses!), en estar unida a él de la mayor forma posible, en el tacto de su piel contra mi piel, su total dependencia de mí y yo de él. Sin embargo, está claro que todo esto proviene de la idea romántica de la maternidad como algo maravilloso y de la creencia de esta como el hecho último que hacer sentir realizada a la mujer. Y yo no creo en ninguna de estas dos cosas, y sé que un hijo, ni ahora ni hace dos años, me salvaría. 

Y, sin embargo, ahí sigue el deseo de ser madre. Y de serlo no ya, pero sí cuanto antes para poder acabar con la incertidumbre. 

29 de marzo de 2017

Tú no eres como otras madres


Recuerdo perfectamente un capítulo de El segundo sexo en el que Simone de Beauvoir dice, básicamente, que las mujeres vivimos el amor de una forma completamente distinta a los hombres. Para ellos es un aspecto más de su vida, un éxito como también podría ser un ascenso en el trabajo, mientras que para nosotras lo es todo, y esto se debe a cómo se nos ha educado. Se debe a que a nosotras se nos enseña que el amor es el objetivo final de nuestra vida, casarnos, tener hijos; y a los hombres se les enseña que el amor es algo más que conseguir, una mujer que les espere en casa y les proporcione descendencia.

Llevo 63 páginas de Tú no eres como otras madres y no puedo parar de pensar en ese capítulo, y las razones son evidentes:

«Fue para ambos el primer amor, y si bien caló hondo en Fritz, el suyo no podía compararse con el de Else. Era típicamente masculino: exigente, celoso, egoísta, susceptible, dominado por el instinto y a menudo intolerante. Para Else, en cambio, aún atrapada en la trampa del amor, la tutela y los principios maternos, significaba la satisfacción de su vida.»

Él le enseña el mundo del arte, la música, la literatura, una vida completamente distinta a la que le ofrecían sus padres y una vida de la que estaba alejada simplemente por ser mujer, ya que no se correspondía con el destino que le tocaba y que la obligaba a encontrar un buen partido, económica y moralmente hablando, como marido y criar varios hijos. 

Pero la trampa del amor sigue ahí. Y sé que esto no va a ser un relato bello en el que el matrimonio es feliz para siempre: eso casi nunca existe. Y si estás educada en la creencia de que eres un ser inferior, y vives en un mundo que continuamente te lo demuestra, vas a estar siempre convencida de que es así y de que no puedes dejar de intentar demostrar que, al menos un poco, vales la pena

«Fritz se decía que debía de querer mucho a Else para aguantar lo que estaba aguantando. Else, por su parte, se preguntaba durante cuánto tiempo seguiría él aguantándolo.»

Y esto sólo se refiere a los llantos del bebé recién nacido de ambos.

14 de marzo de 2017

La decepción y la culpa

El otro día me desperté para enterarme de que Chimamanda Ngozi Adichie, autora del conocidísimo We Should All Be Feminists, había dicho que le costaba equiparar las experiencias de las mujeres trans con las de las mujeres, puesto que estas han vivido antes de su «transición» los privilegios de ser hombre. No voy a meterme en por qué esta afirmación es errónea, por qué no tiene sentido decir que una mujer trans no es lo mismo que una mujer cis porque antes «ha sido» hombre, puesto que ya ha habido gente con mucha más (o con muchísima más) idea que yo que ha escrito sobre ello. Lo que quiero contar es lo que sentí al enterarme. 

Admiro mucho a Adichie. Disfruté mucho de ese librito y no he parado de recomendar que lo lean a personas que quieren introducirse en el mundo del feminismo o que quieren tener argumentos con los que poder explicar a gente que no sabe nada (o que incluso lo rechaza) por qué es necesario. También leí sus relatos recogidos en Algo alrededor de tu cuello y me conquistó todavía más. Me encanta cómo escribe y me encanta lo que escribe. Así que se me cayó el alma, el corazón y todo a los pies cuando supe lo que había dicho sobre las mujeres trans. ¿Ahora qué iba a hacer yo? Tenía pendiente leer sus novelas, algún ensayo más, pero sabía que ya no iba a poder hacerlo sin estar constantemente pensando: «Esta mujer considera que las mujeres trans no son como nosotras, que son ex-hombres». Como otras veces en que una feminista que he admirado se ha descubierto como TWERF (trans woman exclusionary radical feminist), sentí una profunda tristeza y decepción. 

Pero al rato esa tristeza y decepción fue sustituida por un sentimiento de culpa por... bueno, precisamente por sentirme así. Por sentirme defraudada. El vídeo de los comentarios de Adichie lo había encontrado en Facebook, en el perfil de una mujer trans que simplemente decía algo así como «hala, otra más». Yo era culpable de estar ciega, de pensar que todas las feministas a las que admiro son dignas de admirar cuando, en realidad, son muchas las que dejan fuera a las personas trans. Yo era culpable porque, mientras mi mayor preocupación era que había perdido a una autora que leer, a un modelo que seguir, las mujeres trans eran otra vez sujeto de que alguien les dijera que no eran lo que son. Y me enfadó, me indignó ese «hala, otra más», esa falta de sorpresa, porque significa que, incluso dentro del feminismo, como si no hubiera bastante con lo que hay fuera, queda muchísimo por hacer. 

7 de marzo de 2017

Qué chorrada

Justo después de conocerlo, mi madre me dijo que le había parecido muy majo, pero que lo que más le había gustado de él era que me miraba con mucho amor. Unas semanas más tarde, o quizá fue sólo unos días, le conté a mi psicóloga que una noche, ya ni me acuerdo de qué me pasaba –estaba nerviosa por algo, tenía ansiedad, me dolían los ovarios o quizá simplemente era cansancio–, me puse tristísima cuando él, viendo que yo no estaba bien, se había sentado a los pies de la cama, donde yo estaba acurrucada, y se puso a pensar en qué cena podría animarme más. Luego renunció a ver la serie que le apetecía por una que a mí me hiciera reír. 

Yo le contaba a mi psicóloga que qué chorrada, lo de cambiar una cosa que ver por otra, cualquiera habría hecho lo mismo, yo incluida, y sin embargo ahí estaba, envuelta en una manta intentando que él no me viera aguantar las lágrimas y me hiciera contarle qué me pasaba. Porque lo que me pasaba es que no entendía por qué alguien querría tener un detalle tan estúpido y a la vez tan bueno conmigo. Porque lo que me pasaba es que yo estaba lejísimos de creerme merecedora de su amor, de su cariño o de cualquier otra cosa de cualquier otra persona.

Así que aunque en la misma sala había llorado en otras ocasiones porque sentía que yo entregaba mucho más de lo que recibía, porque siempre estaba dispuesta a dar sin que a mí nadie me diera, de repente lloraba también porque alguien me quería y se preocupaba por mí. Alguien que no era mi madre y su amor incondicional. De hecho era un hombre. ¡Un hombre! Cuando todo lo que me habían dado los hombres, desde mi padre a mi anterior novio, no habían sido más que excusas que justificaran su comportamiento, chantajes emocionales y peticiones de que dejara de ser una egoísta y pensara un poco en ellos cuando, entre lágrimas, en lo más hondo de mis depresiones, les decía, simplemente, que yo no estaba bien.

Qué suerte que en algún momento del camino me encontré con uno que de vez en cuando se aseguraba de la que manta en la que estaba envuelta me tapara los pies y se quedaba a mi lado, en silencio, hasta que, cuando fuera, todo se pasara. 

1 de marzo de 2017

Malmö II.


Yo podía imaginarme viviendo en esa casa de paredes blancas, leyendo junto a la ventana y diciendo que jag bor på Repslagaregatan 11. Podía imaginarme sintiendo cada día, al salir, el frío viento de Malmö en la piel, las mejillas hinchadas, las manos entumecidas y la mezcla de dolor y satisfacción al sonreír con la cara congelada y decir que todo va bien, que soy feliz. 

28 de febrero de 2017

Malmö I.

Me daba miedo volver. Primero, porque temía que a él no le gustara, que no entendiera mi amor hacia la ciudad y que yo no fuera capaz de explicárselo. Me daba miedo estropearlo todo. Segundo, porque en mi mente existía la posibilidad de que, igual que había sentido al volver a Madrid, todo hubiera sido un sueño. Que las calles, las comidas, los cafés, los lugares, todo, hubieran mantenido una imagen completamente distinta a la realidad de mi cabeza / corazón.

No ha sido así. Ha sido un viaje maravilloso. Todo tenía el mismo color, el mismo olor que yo recordaba. He caminado por las mismas calles que hace dos años, he cogido los mismos autobuses, he comprado en los mismos sitios.

Me he sentido en casa por primera vez en mucho tiempo. 


17 de febrero de 2017

Ansiedad

siento ciento cinco cuchillos que se clavan en mi pecho
noto todo el filo hasta la punta
que brilla, cortante, rompiendo mis entrañas.

quiero acercarme y rodear su espalda
abrazarle y que su calor derrita las armas
que su respiración las deshaga
pero no sé si temo más despertarle
o que no pase nada.

16 de febrero de 2017

Octubre

lloré una noche en un coche porque pensé que no me querían. lloré en el mismo coche al día siguiente por la noche bajo la lluvia y pensé que moriría. pensé que moriríamos los dos y por un momento me alegré de no tener que seguir entonces de poder parar de que se acabara todo. pensé que menos mal morir con él.

lloré pensando que no me querían al tiempo que me ofrecían todo lo que quisiera para cenar y para ver en la televisión y me decían que no, que no me fuera, que me quedara una noche más y todas. y yo lloré más pensando en por qué la tristeza no acababa por qué me comportaba así por qué no era capaz de ser feliz.

y allí, en su cama, lloré porque sabía que en algún momento me odiaría por haber llevado la tristeza hacia él. y quitaría mis fotos de la pared o las dejaría porque, total, no es para tanto y yo pensé que tendría que haber muerto –yo– en la carretera bajo la lluvia o la nieve o en cualquier otro sitio hace ya muchos años.

15 de febrero de 2017

i remember you saying that you wouldn’t allow me to commit suicide
even if i was 80 and i had lived a happy life
you were implying that we would be still together by 80 and i smiled 
and you said that those were your intentions with me, no doubt 
–i didn’t quite believe it although i wanted to trust you–
we were at a bar in your hometown and it was dark 
and you were smoking and music from my teenage years was playing
that night you tasted like coffee and cigarettes 
you masturbated me and we talked for hours 
sitting on some stairs in the street while it was getting colder and colder
by 7am we walked to the station and i lost several trains 
you asked me to see us again in a couple of days
i cried alone in the bathroom one time you did not call me
i wondered if it had been my fault
i went to london and looked up to the cloudy sky
and i realized i did not even miss you 
suddenly i felt so stupid with the postcard i had bought for you
and knew i would never had the chance to give it to you
there had been a month since we last met

and it had been only getting colder and colder. 




(escrito el 29 de enero de 2016, reencontrado el 15 de febrero de 2017 cuando ya nada de eso era importante.)