7 de octubre de 2018

De mar a mar: todo lo que subrayé



«Me pusieron fama de inteligente y tuve que cargar con ella. Al principio me hacía gracia, luego pensé que era verdad. Más tarde tuve mis dudas».

«déjate ir en el remanso de la pereza fértil y recoge los posos».

«Es sabido que los grandes desequilibrios, neurosis, epilepsias y otras cosas más feas, han servido de abono en casos muy gloriosos, pero yo prefiero que mi actividad intelectual se vaya al diablo antes que deber mi genialidad a un bacilo o a unos nervios tazados».

«¡Cómo os envidio la horchata...!»

«Pienso que podíais estar ahí, viviendo vuestra vida, y yo aquí sin enterarme; entregada a mi pesimismo, ignorando todo lo que sois y lo que seréis».

«Yo no he hecho con empeño más que vivir, y no muy sensatamente, aunque sí muy conscientemente».

«siempre meto flores en los libros que llevo por el campo».

«Yo no apunto nada; cosa apuntada para mí es cosa muerta porque ella ya no pugna por vivir, mientras que cuando está guardada en la memoria cada vez que sale a la superficie sale enriquecida por su propio impulso».

«Primera memoria —¿quién sabe por qué misterio subconsciente olvidé el título?».

«a veces me da miedo que mi influencia realista pueda poner demasiado peso sobre tus "alas de muselina y tul"».

«El insomnio no es más que el compte rendu nocturno de la insatisfacción diurna. Los nervios rechazan el descanso del sueño cuando no se emplearon en una actividad satisfactoria que les permita decirse a sí mismos "esto ha estado bien, esto era lo que queríamos; ahora a descansar"».

«Porque ser niña es querer dejar de serlo: querer ser niño es ser un niño viejo». 

«Mi depresión se hace invencible por este sentimiento de la inutilidad de mi esfuerzo».

«A mí toda esa gente que "hace cosas" me pone triste, me da por verles a todos dentro de unos años, y triunfadores o fracasados, me parece que estarán mucho peor. Y yo misma también, porque ahora no soy nada, y estoy a tiempo de serlo todo, y dentro de unos años ya seré algo, bueno o malo, lo que quería o no, y algo es sólo una parte de todo; y es poco». 

11 de junio de 2018

En el mar


(Spoilers a partir del segundo párrafo)

Cuando mi padre se prejubiló, pasó varios meses diciendo que se iba a ir a África. Que allí podría vivir con su sueldo, ahora que iba a ser más bajo, sin tener que trabajar y que además nosotros —mis hermanos y yo— ya no lo necesitábamos, así que era el momento perfecto. A pesar de estar probablemente en uno de los peores momentos de nuestra relación, me di cuenta —tardé un tiempo— de que lo que más me enfurecía de eso no era lo absurdo del plan, sino que nos abandonara. Que a pesar de llevarme mal con él (pero no él conmigo), que a pesar de todo, él no fuera estar ahí para cuando me pasaran todas las cosas que se supone que me tendrían que pasar en los años siguientes: terminar la carrera, encontrar trabajo, mudarme. Aunque no creo que se tratara de que yo quisiera compartir todo eso con él —porque no era cuestión de celebrarlo, sino de mi necesidad de su validación, una vez más, a pesar de todo— me enfadaba que me quitara esa posibilidad, que huyera —en esta ocasión siendo consciente de ello— de ser un padre.

En esto pensaba al leer En el mar, con esa huida de Donald, el padre protagonista, y sobre todo cuando dice que las madres ya tienen ganado el amor de los hijos, mientras que los padres tienen que trabajárselo. Pues claro que el amor hay que trabajárselo. Pero no sólo ellos, las madres también, no se pasa a vivir para siempre de las rentas de haber estado nueve meses con tu futuro hijo o hija en el vientre y otros tantos fuera dándolo de mamar (siempre que se habla de esto se hace evidente lo rápido que se olvida por completo a las familias adoptivas, monoparentales y homosexuales, o cualquiera en la que tampoco haya habido porqué vivirse eso). Si parece que las madres ya tienen de por sí el amor de sus hijos ganado, es —resumiéndolo mucho— porque desde que nacen entran en juego una serie de mecanismos, de roles impuestos diferentes para cada género. Pero si pienso en mi padre es porque eso mismo es lo que ha defendido él, siempre con un tono de creerse en una situación de inferioridad, casi de injusticia, y como quien asume una derrota en algo en lo que cree que ni siquiera le han dejado participar. 

Todo el libro, en realidad, me recuerda a él. Toda la travesía en barco, durante la que Donald cree que su hija está con él, que luego desaparece pero que no, que seguía allí, para que al final resulte que la niña ni siquiera se había montado en primer lugar al barco, me parece que describe exactamente la relación de mi padre con sus hijos, con nosotros. Esa idea que tenía él de que era muy buena, de que luego la pierde al divorciarse, creer más tarde que la está recuperando y, al final, todavía no pero sí en algún momento, darse cuenta de que nosotros tampoco nos habíamos subido nunca al barco. 

22 de noviembre de 2017

Suecia

Cómo explicar a los demás por qué no me voy si no sé ni explicármelo a mí misma.

Por qué no me voy. Si estuve tan bien allí, por qué no me voy. 

No me voy porque hay algo que me ata aquí y, sí, tengo miedo a perderlo. No, no me ata: he sido yo quien, poco a poco y casi sin darme cuenta, me he ido agarrando. Puedo soltarme, pero no quiero, porque hace que estar aquí sea casi mejor que en cualquier otra parte. 

Quizá esté equivocada pero no estoy preparada para saberlo. Aún no. 

No me voy porque no sé a qué me iría.

No me voy porque ahora he aprendido que de lo que quiero huir no puedo escapar. Que me perseguiría, que me puede atrapar aquí o allí o en otro lugar. 

No me voy porque tengo miedo de que me atrape estando sola. 

No me voy porque tengo miedo. Me quedo, pero tengo miedo de quedarme.