11 de junio de 2018

En el mar


(Spoilers a partir del segundo párrafo)

Cuando mi padre se prejubiló, pasó varios meses diciendo que se iba a ir a África. Que allí podría vivir con su sueldo, ahora que iba a ser más bajo, sin tener que trabajar y que además nosotros —mis hermanos y yo— ya no lo necesitábamos, así que era el momento perfecto. A pesar de estar probablemente en uno de los peores momentos de nuestra relación, me di cuenta —tardé un tiempo— de que lo que más me enfurecía de eso no era lo absurdo del plan, sino que nos abandonara. Que a pesar de llevarme mal con él (pero no él conmigo), que a pesar de todo, él no fuera estar ahí para cuando me pasaran todas las cosas que se supone que me tendrían que pasar en los años siguientes: terminar la carrera, encontrar trabajo, mudarme. Aunque no creo que se tratara de que yo quisiera compartir todo eso con él —porque no era cuestión de celebrarlo, sino de mi necesidad de su validación, una vez más, a pesar de todo— me enfadaba que me quitara esa posibilidad, que huyera —en esta ocasión siendo consciente de ello— de ser un padre.

En esto pensaba al leer En el mar, con esa huida de Donald, el padre protagonista, y sobre todo cuando dice que las madres ya tienen ganado el amor de los hijos, mientras que los padres tienen que trabajárselo. Pues claro que el amor hay que trabajárselo. Pero no sólo ellos, las madres también, no se pasa a vivir para siempre de las rentas de haber estado nueve meses con tu futuro hijo o hija en el vientre y otros tantos fuera dándolo de mamar (siempre que se habla de esto se hace evidente lo rápido que se olvida por completo a las familias adoptivas, monoparentales y homosexuales, o cualquiera en la que tampoco haya habido porqué vivirse eso). Si parece que las madres ya tienen de por sí el amor de sus hijos ganado, es —resumiéndolo mucho— porque desde que nacen entran en juego una serie de mecanismos, de roles impuestos diferentes para cada género. Pero si pienso en mi padre es porque eso mismo es lo que ha defendido él, siempre con un tono de creerse en una situación de inferioridad, casi de injusticia, y como quien asume una derrota en algo en lo que cree que ni siquiera le han dejado participar. 

Todo el libro, en realidad, me recuerda a él. Toda la travesía en barco, durante la que Donald cree que su hija está con él, que luego desaparece pero que no, que seguía allí, para que al final resulte que la niña ni siquiera se había montado en primer lugar al barco, me parece que describe exactamente la relación de mi padre con sus hijos, con nosotros. Esa idea que tenía él de que era muy buena, de que luego la pierde al divorciarse, creer más tarde que la está recuperando y, al final, todavía no pero sí en algún momento, darse cuenta de que nosotros tampoco nos habíamos subido nunca al barco.