Se me hace raro estar leyendo Quién quiere ser madre a punto de empezar mi próxima regla. Se me hace raro estar leyendo eso de una abundante expulsión de flujo denso y blanco que anuncia la llegada en cuestión de días, algo de lo que yo no tenía ni idea, al mismo tiempo que lo noto en mi misma. Claro que mis circunstancias son muy distintas a las de la novela, porque yo sí espero que me baje la regla. No «espero» de tener esperanza, porque soy muy consciente de que va a venir y no tengo miedo de su falta, me tomo cada día religiosamente la píldora y en mi interior hay una cierta vocecilla que me dice que yo no voy a poder quedarme embarazada nunca. Pero de esto ya hablaré más tarde, o no.
El caso es que este libro ha vuelto a despertar en mí el deseo de ser madre. No es que estuviera muy dormido, pero de vez en cuando se pasa una temporada hibernando. Aunque yo sé que siempre está ahí, ahora lo noto más latente. Me ha despertado también la conciencia sobre la completa desinformación acerca del embarazo, tanto a nivel biológico como acerca del suplicio que pasan algunas personas para llegar a él. Claro que yo el suplicio, como siempre me pasa con el dolor, lo suelo tener más presente. Y, por último, me ha despertado los miedos. Que también sé que estaban ahí, como el deseo de ser madre, pero estos sí suelo tenerlos más escondidos. Total, todavía es muy pronto y no quiero tener hijos ya, así que dejaré que mi yo del futuro se preocupe por ellos.
Pero, ¿y si me pasa eso? ¿Y si me veo incapacitada para tener hijos hasta que ya es demasiado tarde? ¿Y si aunque lo intente antes de eso no lo consigo? Estar soltera no me preocupa, porque hace ya tiempo que decidí tenerlos sola, pero ¿y si paso años y años de relación con alguien que, al final, no quiere tener hijos, como yo creía que acabaría ocurriendo? Esta última posibilidad es la que más me asusta, ahora que me he acostumbrado a la vida en pareja, pero luego pienso en cómo, en mis peores épocas de depresión y de soledad, el deseo de un hijo también era más fuerte que nunca. Pensaba que nada me reconfortaría más que eso, llevar un ser dentro de mí (¡eso significaría no estar sola en ningún momento de nueve meses!), en estar unida a él de la mayor forma posible, en el tacto de su piel contra mi piel, su total dependencia de mí y yo de él. Sin embargo, está claro que todo esto proviene de la idea romántica de la maternidad como algo maravilloso y de la creencia de esta como el hecho último que hacer sentir realizada a la mujer. Y yo no creo en ninguna de estas dos cosas, y sé que un hijo, ni ahora ni hace dos años, me salvaría.
Y, sin embargo, ahí sigue el deseo de ser madre. Y de serlo no ya, pero sí cuanto antes para poder acabar con la incertidumbre.