7 de abril de 2015

Un café

Yo me lo había planteado de otra forma. Tal y como te lo había dicho, que me caías bien y me gustaba hablar contigo. No te pedía amor eterno ni creo que estuviera buscando nada, de hecho fuiste tú el que al principio me había estado buscando a mí. 

Claro que también esperaba que quedáramos algún día. Que de repente me dijeras que venías a mi ciudad y me preguntaras si me apetecía tomar un café. Te habría dicho que sí. Y tenía razón una amiga mía: me habría puesto un vestido, el más bonito que tuviera, y me pintaría los labios y las uñas de rojo. 

Pero también he pensado a veces que yo habría sido una decepción, que nos dedicaríamos a dar pequeños sorbos al café en silencio y que en persona mis piernas no te gustarían. Me imaginaba mirándome en el espejo justo antes de salir de casa y cambiándome por unos pantalones, los que mejor me quedaran, pero también los que mejor me taparan las piernas. Al fin y al cabo no era como si fueras a verlas desnudas en algún momento, porque aquello sólo eran fantasías de cuando tú te aburrías y los dos estábamos en países fríos. 

Yo no sabía qué querías y sin embargo estaba convencida de que queríamos cosas distintas, fuera lo que fuese. No entendía por qué me contabas todo aquello, cuando te pasabas horas escribiendo y luego desaparecías sin dar ninguna explicación. Tampoco entendía que a veces tuvieras ganas de besarme ni que me hicieras partícipe de tu vida cotidiana, que hicieras que sintiera como que yo también estaba ahí, contigo en el supermercado eligiendo la cena o en una tienda de segunda mano buscando muebles para tu nueva casa.

El caso es que echo de menos hablar contigo. Hablar contigo normal, de la primera estupidez que se nos pasara por la cabeza, sin ninguna pretensión de tomar un café juntos en el futuro ni de vestirme o desvestirme para ti. Quizá sólo sea porque ahora hay un vacío en mi vida, porque si estoy despierta a las siete de la mañana ya no hay nadie dispuesto a leerme de camino al trabajo.

Me gustaría preguntarte si tú también notas ese vacío. Y aunque no lo notes creo que al menos me merezco algo, por todas las palabras intercambiadas, por todos los momentos en que nos mantuvimos juntos al borde de las lágrimas. Simplemente una despedida, como un adiós por la mañana en el umbral de mi puerta, sabiendo que no me vas a volver a llamar.