Yo podía imaginarme viviendo en esa casa de paredes blancas, leyendo junto a la ventana y diciendo que
jag bor på Repslagaregatan 11. Podía imaginarme sintiendo cada día, al salir, el frío viento de Malmö en la piel, las mejillas hinchadas, las manos entumecidas y la mezcla de dolor y satisfacción al sonreír con la cara congelada y decir que todo va bien, que soy feliz.