El otro día me desperté para enterarme de que Chimamanda Ngozi Adichie, autora del conocidísimo We Should All Be Feminists, había dicho que le costaba equiparar las experiencias de las mujeres trans con las de las mujeres, puesto que estas han vivido antes de su «transición» los privilegios de ser hombre. No voy a meterme en por qué esta afirmación es errónea, por qué no tiene sentido decir que una mujer trans no es lo mismo que una mujer cis porque antes «ha sido» hombre, puesto que ya ha habido gente con mucha más (o con muchísima más) idea que yo que ha escrito sobre ello. Lo que quiero contar es lo que sentí al enterarme.
Admiro mucho a Adichie. Disfruté mucho de ese librito y no he parado de recomendar que lo lean a personas que quieren introducirse en el mundo del feminismo o que quieren tener argumentos con los que poder explicar a gente que no sabe nada (o que incluso lo rechaza) por qué es necesario. También leí sus relatos recogidos en Algo alrededor de tu cuello y me conquistó todavía más. Me encanta cómo escribe y me encanta lo que escribe. Así que se me cayó el alma, el corazón y todo a los pies cuando supe lo que había dicho sobre las mujeres trans. ¿Ahora qué iba a hacer yo? Tenía pendiente leer sus novelas, algún ensayo más, pero sabía que ya no iba a poder hacerlo sin estar constantemente pensando: «Esta mujer considera que las mujeres trans no son como nosotras, que son ex-hombres». Como otras veces en que una feminista que he admirado se ha descubierto como TWERF (trans woman exclusionary radical feminist), sentí una profunda tristeza y decepción.
Pero al rato esa tristeza y decepción fue sustituida por un sentimiento de culpa por... bueno, precisamente por sentirme así. Por sentirme defraudada. El vídeo de los comentarios de Adichie lo había encontrado en Facebook, en el perfil de una mujer trans que simplemente decía algo así como «hala, otra más». Yo era culpable de estar ciega, de pensar que todas las feministas a las que admiro son dignas de admirar cuando, en realidad, son muchas las que dejan fuera a las personas trans. Yo era culpable porque, mientras mi mayor preocupación era que había perdido a una autora que leer, a un modelo que seguir, las mujeres trans eran otra vez sujeto de que alguien les dijera que no eran lo que son. Y me enfadó, me indignó ese «hala, otra más», esa falta de sorpresa, porque significa que, incluso dentro del feminismo, como si no hubiera bastante con lo que hay fuera, queda muchísimo por hacer.