Hay tres grupos españoles que me gustan por encima del resto, que me parece que hacen arte de verdad. Son McEnroe, Nudozurdo y Standstill. De hecho, hace unos meses empecé a escribir una entrada sobre estos tres grupos que terminé desechando porque era incapaz de decir nada coherente más allá de repetir una y otra vez cuánto me han emocionado y cuánto me han hecho llorar sus letras. La verdad es que no se puede decir que yo sea una experta musical (ni mucho menos), así que todo lo que puedo decir ahora o en cualquier otro momento no deja de ser pura subjetividad. He tenido la suerte de poder ver a los tres grupos en directo (a McEnroe dos veces*), pero eso es algo que no podía decir hasta ayer por la tarde, y es precisamente de lo que quiero hablar. De que ayer vi a Nudozurdo en el Museo Cerralbo.
Mientras la sala —perdón, el Salón de Baile— se iba llenando, oí a alguien detrás de mí decir que aunque no te gustara el grupo, sólo por estar en un sitio tan bonito ya merecía la pena ir. Y la verdad es que algo de razón tenía. Yo no había estado nunca en el Museo Cerralbo, a pesar de que sí he pasado millones de veces y prácticamente vivo al lado, y me pareció un sitio precioso, así que supongo que si además te gusta el grupo, merece mucho más la pena ir. La prueba está en que las entradas, que había que conseguirlas llamando al museo, se agotaron a los 40 minutos de que se abriera el plazo.
El concierto iba a ser acústico y acompañado de viola y violonchelo, por lo que iba a ser algo distinto a lo que Nudozurdo suele hacer normalmente, lo cual hizo que yo me esperara un convierto bastante corto. Sin embargo, estando ya sentados, vi que en el programa había trece canciones entre las que además estaban la mayoría de mis favoritas, así que me di un poco por satisfecha. Al final sólo tocaron once y efectivamente el concierto fue corto, o al menos a mí se me hizo cortísimo, pero supongo que yo no estaba pensando tanto en eso como en aguantar las lágrimas (porque yo soy de las tontas que llora en los conciertos) en Dosis Modernas, la penúltima canción.
Nudozurdo suenan en directo tan bien como me esperaba, si no mejor, aunque se pueden destacar canciones como Viaja hacia mí, Mil espejos (que hacía juego con la sala), Prometo hacerte daño o Conocí el amor. Y por encima de todas ellas No me toquéis, la que para mí fue la mejor canción de todo el concierto y que, si antes ya era de las que más me gustaban, ahora todavía más. La combinación con la viola y el chelo me pareció maravillosa, como si estuviera hecha para ellos, pero a la vez sin desvalorizar la versión del disco. Fue increíble.
Adónde me ha llevado este orgullo,
siempre escondiendo lo que siento.
Todas las heridas que me han hecho,
viendo siempre cómo sangran
para dentro, para dentro.
*La segunda vez que los vi coincidieron en Madrid con Standstill. De no haber sido porque era el fin de gira y porque ya tenía desde hacía tiempo la entrada para McEnroe, me habría costado muchísimo decidirme por uno (aunque la verdad es que por un momento estuve haciendo cálculos a ver si me daba tiempo a llegar a los dos).