3 de mayo de 2014

El otro día empecé a ver True Detective. Es la serie que hace unos meses se puso de moda gracias al plano secuencia de seis minutos con el que, de un día para otro, revolucionó todas las redes sociales, y al que todavía no he llegado. Está bien, avanzo muy lentamente, pero, como dice un amigo mío, «es HBO, eso ya es garantía». 

El caso es que ayer o antes de ayer estaba viendo el segundo capítulo y llegó una escena que por un momento hizo que se me fuera la cabeza a otra parte. Tenemos al detective Martin Hart que una noche, borracho, decide ir a casa de una amiga suya —o más que amiga, pero todavía no he llegado a saber concretamente la relación que tienen— con la clara intención de acostarse con ella. La chica no tarda en desnudarse y darle lo que quiere, y lo que hizo que se me fuera la cabeza a otra parte fue esto:



Mis pensamientos fueron los siguientes: 1. Ojalá yo tuviera esas tetas; 2. Aunque en ocasiones tienen que ser la hostia de incómodas, la verdad; 3. Si esta escena estuviese interpretada por Lena Dunham, ahora mismo podría leyendo un montón de comentarios/tweets/estados de Facebook diciendo que qué asco. Reconozco que yo misma, hablando con alguien del episodio de turno de Girls, he dicho varias veces «y vemos otra vez el culo de Lena Dunham, creo que ya conozco su cuerpo mejor que el mío» y cosas así, o me ha parecido exagerado el número de desnudos injustificados que puede llegar a tener en un sólo capítulo. Por ejemplo, esa escena en la que sale jugando al pingpong desnuda, porque sí. ¿Pero de verdad es porque sí? Seguramente, si esa escena estuviese interpretada por Alexandra Daddario, la de las tetas que a mí me gustaría tener, los comentarios no serían los mismos que con Dunham, y quizá ahí está la razón por lo que lo hace (recordemos que ella misma es creadora, protagonista, guionista y directora). 


Y es que Lena Dunham está gorda. Bueno, a lo mejor no gorda, pero sí tiene más curvas de las que la sociedad puede llegar a considerar como algo sexy, tiene unos muslos bastante, digamos, robustos y en los que se puede ver un poco de celulitis y tiene unas tetas pequeñas que, en proporción con el resto de su cuerpo, casi parecen ubres. Vamos, que se correspondería con la descripción de alguien a quien le daría vergüenza hasta que la gente lo viera en bañador en la playa. Pero Dunham no tiene esa vergüenza, le da igual que la vean en bañador en la playa y le da igual que millones de personas la vean cada semana desnuda en sus pantallas, y no tiene esa vergüenza porque ¿por qué debería tenerla? A ella le gustará su cuerpo tanto como Daddario le gustará el suyo, y si esta última puede enseñarlo, ella también. Y lo mismo ocurre con millones de mujeres que tienen un cuerpo más parecido al de Lena Dunham, o uno que no se parece al de ninguno de las dos actrices, y ya no hablo sólo de salir desnuda en televisión, sino de simplemente de salir a la calle con una minifalda sin que nadie te mire mal. Actualmente, te encuentras con gente que se creen unos revolucionarios por decir que prefieren a las mujeres con curvas antes que a las delgadas, que las mujeres reales son las que tienen carne donde agarrar y estupideces por el estilo. No sé qué se pensaran que a mí o a cualquiera nos tienen que importar sus preferencias, ni de qué material creerán que están hechas las mujeres que para ellos no son reales, pero bueno. Más allá de dejar que los cánones de belleza cambien de un modelo a otro, que lo hacen con o sin revolucionarios, el canon de belleza que debería imperar es el de dejar que te guste tu cuerpo, sea como sea, y el de poder hacer con él lo que quieras, sea lo que sea.

A lo mejor Lena Dunham sale desnuda en cada episodio de Girls simplemente por amor propio, porque se encanta a sí misma y en un principio ni se planteó que pudiera dar ejemplo, pero lo está haciendo. Que a mí en realidad también me gustan mis tetas, joder.